Caerse los pantalones

         Llevamos una época, dándole una y otra vez a la monserga de la intimidad con la rutina de que las nuevas tecnologías irrumpen cada vez más y con mayor intensidad en ella, y empresas y gobiernos acceden a nuestros datos. De donde derivan y dogmatizan los terribles peligros que nos acechan, convirtiéndose el progreso de esta forma en un arma de doble filo: mientras nos facilitan la vida, al tiempo nos controlan y ponen nuestras referencias en manos de un montón de gente, como mínimo para hacer negocio.
       Pero todo este relato, con parecer tan evidente e incontestable, encierra algunas trampas, que conviene aclarar. Porque, siendo más o menos verdad todo ello, en ningún caso queda justificado el uso de la palabra intimidad. Con las nuevas tecnologías se podrán controlar nuestras actividades, pero de ahí a llegar a lo íntimo; a lo que somos cada uno; a nuestro consciente y nuestro inconsciente; a nuestros sentimientos, emociones y pensamientos; a eso que nos decimos a nosotros mismos en la soledad de nuestra soledad, media una larga distancia. No está en juego nuestra intimidad, sino aquello que hacemos y sirve para el negocio. Nuestra intimidad es otra cosa.
         Aunque poca gente lo sepa o lo crea, las virtudes y los comportamientos ejemplares no son de siempre (¿a quién se le hubiera ocurrido en la Prehistoria defender, por ejemplo, la libertad de expresión?, ¿o la tolerancia?) y hasta se puede decir que se ponen de moda. Son conquistas colectivas, incluido el cajón personal de nuestra mesilla de noche. Muy curioso resulta, por eso, que un estilo de vida, que se asentó en la especie humana en el siglo XIX (repásese la historia de la vida privada) cuando la persona empezó a buscar rincones propios, haya pasado a ser un derecho personal, y hasta principal, sin más. Sin análisis críticos y sin referencia antropológica alguna. Verdad es que cada uno vive y muere su propia vida y su propia muerte, pero el diseño de lo que en realidad somos exige reflexiones más existenciales, bioquímicas y metafísicas. De todas maneras, puestos así, para quebrantamiento místico de la intimidad cuando al poeta mejicano José Emilio Pacheco se le cayeron los pantalones al dirigirse, en 2010, a recibir el premio Cervantes. No tenía tirantes, es un buen argumento contra la vanidad, dicen que dijo. El mismo que escribió: “Mala vasija el cuerpo. Recipiente / incapaz de rebalse. Y deterioro”.

Publicado el día 27 de abril de 2018

La homeostasis

      Los sentimientos y las emociones tienen muy mal cartel, muy mala fama, especialmente las segundas. La vida afectiva en general no goza de catadura moral, sobre todo entre la gente que propugna la corrección social. Hay que reconocer que, a pesar del poder de que disponen (de lo que se ha hablado el otro día), no cuentan con buenos predicadores favorables y sí bastantes detractores. Ya, desde las primeras lecciones morales de la familia y de la escuela, quedan al margen y se nos está diciendo que ¡ojo! debemos y tenemos que controlar todo ese mundo interior con el guardián de nuestra vida, con la razón. Y ni se nos enseña a manejarlos con eficacia. Sin embargo son ellos los que empujan en la vida y en la existencia, mostrando el placer y la felicidad o, al contrario, el dolor y la miseria.
     Homeostasis es una palabra de origen griego compuesta de dos términos: homo, que significa igual, y stasis, estar, es decir, permanecer igual. Posición persistente y sólida, equilibrio, estabilidad. La homeostasis es un concepto que explican los sicólogos, los filósofos y los pensadores en general como el medio de que disponemos para regular nuestra vida, para detectar si está carente de algo o, por el contrario, tiene excesos. Es el sistema de autorregulación y de información de que disponen los seres vivos. Y de lo que nosotros mismos nos damos cuenta cuando percibimos que estamos tranquilos, como completos, más allá de sueños y fantasías, y ni nos falta de nada ni nada nos sobra.
      Los sentimientos son los que regulan a fin de cuentas nuestra homeostasis. Son ellos los que nos ofrecen el placer y el dolor como referencias básicas de nuestro estado y son ellos que promueven movimientos culturales, económicos y sociales para nuestra redención o nuestra bancarrota. Y los que nos salvaron como seres vivos y como especie. Lo hicieron cuando desde el principio, ya como bacterias, buscando beneficios, entendieron, dice Antonio Damasio, que en la relación entre unos y otros eran “gemelos” la cooperación y la competencia. De donde una vez más, en el juego de los tramposos y los incautos, queda claro que la cooperación no solo se apoya en discursos moralizantes sino que es una verdadera exigencia científica. Una sociedad exclusivamente formada por tramposos no podría subsistir. Como dice Adela Cortina, hasta una sociedad de demonios necesita cooperación para mantenerse y permanecer.

Publicado el día 20 de abril de 2018

El yugo de las paradojas

      Querámoslo o no, la paradoja forma parte de nuestra vida que de ninguna manera podemos dejarla a un lado. Entendiendo como tal, al hilo de lo que dice el diccionario, que es una expresión aparentemente contradictoria, que sin embargo puede encerrar una verdad oculta, no es posible al entendimiento humano y a la persona, vista desde otras dimensiones, liberarse de esta forma de pensamiento y también de vida. Al avaro, las riquezas lo hacen más pobre: porque si, al tener más riquezas sería más rico, la codicia le lleva a vivir miserablemente para tener aún más riquezas. Este es el ejemplo, más o menos afortunado que casi siempre se pone en los libros para explicar mejor este concepto. Un molde de vida contradictorio en que cae un personaje. Es el lamento del poeta latino Catulo referido a sus amores: estoy harto y a la vez me abraso de amor. O, más sabido aún, lo de ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio… tan socorrido.
     Pero es necesario matizar, al hablar de estas cosas, que la aparente y en parte real contradicción se da y se puede dar (y tiene que darse inexcusablemente) en el ámbito de la vida. Los ejemplos señalados a eso se refieren: sentimientos, emociones y demás. En una antigua comedia latina Estrepsíades jura que, una vez que Sócrates le haya enseñado suficiente teoría para aprender a liberarse de los acreedores, le pagará con mucha generosidad. Otro ejemplo, y de ellos hay infinito número, que nosotros mismos podemos percibir de nuestra propia existencia. A todas ellas se les llama pragmáticas, paradojas pragmáticas, es decir, vinculadas a comportamientos.
     Pero, junto a todo ese mundo tan complejo, hay otro tipo de aparentes o reales contradicciones que cuelgan del lenguaje, de lo que decimos. Son las paradojas lógicas. Simpáticas cuando se analizan. La más vieja es la del que asegura que es mentiroso, que lleva a una solución imposible. Y, si es verdad que contradicciones de vida las estamos viendo a cada rato en la vida pública y en público, incluida la nuestra y la del vecino, qué puede asegurarse respecto a las otras, a estas lógicas. Aunque estas son más sutiles y nos engañan con facilidad. También están en la vida pública y en público. Algunas desde el punto de vista dialéctico son terriblemente fuertes y engañosas por difíciles de captar. Y no hay manera de liberarnos de ellas, aunque vaya usted a saber los beneficios que prestan.

Publicado el día 6 de abril de 2018