Hablando de los heterodoxos

        Hay que ver la simpatía que, en tantas ocasiones, tiene alguna, o mucha, gente a los heterodoxos. Y el interés que suscitan. Junto a la doctrina de las diferentes corporaciones, constituidas como portavoces o voceros de la verdad y de la última palabra, los que de alguna manera cuestionan esa situación, los llamados disidentes o relapsos, tienen un no-sé-qué que les hace atractivos. Al menos, asegura Menéndez Pelayo, excitan la curiosidad. Y el caso es que, si uno echa un vistazo a cualquier medio de comunicación, encontrará por aquí y por allí los más variados modos de heterodoxia, bien al poder político, religioso o, incluso, hasta al deportivo, por parte de personajes o colectivos que disienten en alguna medida con la ideología que tratan de obligar tantos núcleos de poder como hay en el mundo.
          La cosa viene, como se sabe, de la necesidad que todo ser humano siente de protección, lo que le obliga a acogerse al grupo e ir ajustando desde el punto de vista teórico los motivos para justificar la conducta que le lleva a ser fiel a una lealtad cultural. Pero la tensión entre pertenecer al grupo y, al mismo tiempo, tratar de no quedar anulado del todo es uno de los juegos existenciales más duros que puede vivir una persona que trata de ser consciente y responsable. Por supuesto que cabe renunciar expresamente a toda parcela de pensamiento propio, echarse del todo en brazos del colectivo y vivir, según Elías Canetti, como un cordero en la masa, pero, si se quiere mantener, al menos, un trecho de personalidad propia, siempre hay que plantear el problema de los límites, de hasta dónde dispone uno de autonomía para, siendo leal al grupo, no quedar ahogado del todo.
        Porque todas las estructuras de poder siempre tienen a mano un montón de excusas para implantar una disciplina y ejercer sobre todo el control de las conciencias. A los países con las policías morales, se están sumando con cualquier justificación todos los que pueden. El último, Portugal, que, no se sabe muy bien de qué le viene el derecho (si del cielo o del infierno), ha venido a imponer un menú nacional a sus ciudadanos. ¡Para echarse a temblar! Afirmaba Heráclito, el filósofo griego, que “el hombre, cuando duerme, entra en contacto con los muertos, pero que, cuando despierta, lo hace con los dormidos”. Pero, claro, con tanto ahogo, a veces hay quien por necesidad despierta. Y entonces viene el lío.

Publicado el día 26 de enero de 2018

Las abstracciones políticas

        Al modo, aunque de forma más dramática aún, en que una familia en graves dificultades de sustento percibe con indignación y desprecio los macroindicadores económicos que hablan de lo bien que están las cosas, con más rabia y un desprecio absoluto lo hace la ciudadana siria Heba Amuri, a la que la guerra le ha matado dos hijos y el tercero, de dos meses, se le está muriendo de hambre, cuando oye hablar de negociaciones entre Siria, Rusia… etc. Es una de las más dolorosas y espeluznantes contradicciones que usa el poder para justificar su dominio y explotación de las personas: el juego de las abstracciones en contraposición con la dimensión existencial de la persona humana. “Sí, no te preocupes aunque estés al borde de la inanición, mira el porvenir con optimismo porque el año próximo vamos a crecer al x,x%, incluso una décima más de lo que habíamos previsto…”, oye desde la alturas ese ciudadano de a pie. “Las grandes potencias están negociando el fin de la guerra, así es que no te preocupes, aún eres joven y podrás tener más hijos en el futuro…”, escucha Heba Amuri.
     Estos dos episodios no son técnicamente lo que se llaman abstracciones pero ejemplifican a la perfección el grave desajuste que se produce entre la dimensión real de la vida de las personas y las afirmaciones generales con las que nos manejamos. Muchos quebraderos dio ya a los antiguos este viejo problema: a la afirmación de los libros de Ciencias de que todos los mirlos son negros, cabe la pregunta del inocente: ¿acaso los ha visto todos para poder asegurarlo? Y si no es así, que es lo lógico, ¿cómo lo sabe? ¿en qué se apoya para expresar esa afirmación tan segura? (Es el problema de la ciencia). Así “mirlo” se refiere a todos y cada uno de los mirlos reales o posibles y a ninguno en concreto. Es una idea universal, una abstracción, un universal, que así también se llama.
      El manejo de las abstracciones, amparándose en la complejidad y dificultad teórica y técnica que tienen para los no especialistas se ha constituido en un procedimiento para someter a los ciudadanos. Porque cuando decimos, por ejemplo, que Arabia no permite a las mujeres conducir, lo que en realidad ocurre es que los gerifaltes de ese país lo impiden. Hacer idénticos a Arabia y a los gobernantes de Arabia es una gravísima y deshonesta falsificación. Arabia no es nada, es una abstracción, una palabra, un universal. No existe.

Publicado el día 19 de enero de 2018

Ser de otra manera

         Con más frecuencia de lo que a primera vista pueda parecer, la dictadura del lenguaje, que somos nosotros mismos los que lo producimos, nos mete en unos laberintos de los que es muy difícil salir si nos ponemos a pensar lo que en verdad significan. Valga una expresión, cada día más frecuente, que, habiendo aparecido inicialmente en determinados discursos laudatorios, ha tomado el territorio lingüístico y social con un desparpajo sorprendente. Tanto que lo más probable es que el lector la haya utilizado o, en todo caso, escuchado en montones de ocasiones: “como no podía ser de otra manera”. Y, puestos a jugar y entretenernos con reflexiones sobre lo que se dice en una frase como esta, nos metemos en un berenjenal filosófico de padre y muy señor mío.
         Porque cuando se asegura que algo “no puede ser de otra manera” ¿qué es lo que impide que las cosas puedan cambiar de naturaleza? Esto de asegurar que algo no pueda ser de otro modo es atribuirle consistencia indefinida y lo mismo que decir que, al no poder ser otra cosa, tampoco puede no ser nada y entonces sería eterno, difícilmente se le podrían aplicar las valoraciones de verdadero o falso y nos meteríamos, por ejemplo, en lo que los profesionales del lenguaje llaman nada menos que el problema “de los existenciales negativos”. ¡Menudo lío para una columna de un periódico!, podrá decir cualquier lector. Pero simplemente se trata de darnos cuenta de los enredos en que nos meten las palabras cuando, al pensar en ellas, apreciamos su significado literal. Estamos muy acostumbrados a decir que algo como el Pegaso (el caballo con alas de los cuentos antiguos que suele servir de ejemplo) no existe o que el viaje que cuenta el vecino no se ha producido y en esa tesitura cabe preguntarse: pero, si algo no existe, ¿cómo podemos hablar de ello?, más aún, ¿cómo podemos decir que es falso… o verdadero? Esto es un existencial negativo: una frase que niega la existencia algo. Como el enunciado de que algo no puede ser de otra manera.
        Pues en esa polémica andan metidos grandes filósofos. Y no es una banalidad esta discusión, cuya respuesta incide en la matemática y en el lenguaje científico, pero sí resulta curioso cómo lo que en principio pareció una galantería acaba presentando un muy difícil problema teórico. ¿Quiere ello decir que hay muchos metafísicos por el mundo, tratando de ser corteses? Pues, sin saberlo, a lo mejor.

Publicado el día 12 de enero de 2018

Los buenos friquis

         Alguien dijo en indeterminada ocasión que por el mundo circulan algunos listos que se hacen pasar por tontos para engañar a los tontos que se creen listos. Y, en su afán sintetizador, y algo pretencioso, acabó asegurando que, si bien se mira, en este pensamiento puede resumirse la historia universal pues aquí se contienen los principios que dirigen el desarrollo humano. Es decir, que los listos que se hacen pasar por tontos son los que, naturalmente, (o sea, por naturaleza, fuera de toda convención y de todo contrato humano previo) mandan y gobiernan. Aunque ello de acuerdo a esta precaución que Sánchez Ferlosio ofrece a quien quiera tenerla en cuenta: “Sin embargo / –Oh, sin embargo, / hay siempre un ascua de veras / en su incendio de teatro”.
        Y es aquí donde entran los friquis. En su “teoría del friki” (así escrito) Javier Cercas viene a definir y aplicar este concepto: “En mi opinión, un friki auténtico no es un anormal, ni un tipo raro, ni mucho menos uno de esos mercachifles de sí mismos que van por el mundo haciéndose los raros; yo diría más bien que un friki es un tipo que solo tiene una convicción fija, y es que la normalidad no existe, ni por tanto la rareza, o simplemente un tipo que sabe que la normalidad es una estafa”. Y tal vez una forma de eludir la paradoja de los tontos-listos o los listos-tontos. Así descrito, alguien podría sugerir que un friqui es el que sabe conjugar, al tiempo, el principio del placer y el principio de la realidad. Cercas, que cuando redactó su teoría aún no había reconocido este término la RAE, lo que ya ha hecho, coloca el Libro del Buen Amor y el Cervantes del Quijote como los más representativos, lo que ya es una buena pista.
         Así es que, si al final todo es un juego de listos-tontos y tontos-listos (ay, de aquellos listos que, sobre todo en estos días, creyéndose bobadas reivindicativas engordan con el “pásalo” las economías ajenas) en el que no vale repetir la jugada porque nadie, por mucho que lo intente, es capaz de volver al 2017, pues ¡vivan los Reyes Magos!, que en el Evangelio Armenio de la Infancia se dice que “… son tres hermanos: Melkon, el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios; y el tercero, Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”. Y alegrémonos de que haya friquis que maticen las sombrías rutinas del poder y de la vida. Son los buenos friquis.

Publicado el día 5 de enero de 2018