Una nueva belleza

     Como de pronto, alguien advierte de que nos hemos olvidado del vehículo, de que, encerrados en lo de cada día, ya no nos acordamos del carruaje en el que estamos acomodados. Y menos aún de que hoy empezamos una nueva vida, un nuevo amanecer que nos llevará durante los próximos seis meses cada vez con más luz, con más sol, con más vida. Es el solsticio de invierno: un acontecimiento más real que las elecciones catalanas o la lotería nacional. Un acontecimiento cósmico que, ya decía el fraile Roger Bacon en 1267, se mueve, que sube en el calendario… pero que, decidido por la Iglesia como fijo, había alborotado todo el ceremonial de fiestas y santos, mientras carga sobre sus espaldas el peso de “un inmenso abanico de… ritos de fecundidad, fiestas del fuego, ruedas ardientes, ofrendas a los dioses”.
        (Para el aviador la pregunta es “qué habrá pasado en el planeta, ¿quizá el cordero comió a la flor? A veces me digo; ¡seguramente no! El principito encierra todas las noche a la flor bajo un globo de vidrio y vigila bien a su cordero… Entonces me siento feliz. Y todas las estrellas ríen dulcemente. Pero a veces me digo: de vez en cuando uno se distrae ¡y es suficiente! Una noche el principito olvida el globo de vidrio o el cordero salió silenciosamente durante la noche… ¡entonces los cascabeles se convierten en lágrimas! Es un gran misterio. Para vosotros que también amáis al principito, como para mí, nada en el universo sigue siendo igual si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero que no conocemos, ha comido, sí o no, a una rosa… Mirad al cielo. Preguntad: ¿el cordero, sí o no, ha comido a la flor? Y veréis cómo todo cambia… ¡Y ninguna persona mayor comprenderá jamás que tenga tanta importancia!”)
          Porque, para que eso ocurra, antes que nada hay que detenerse, pararse un momento, dar un suspiro, apropiarse de una bocanada de aire. ¿Desde cuánto tiempo no ha leído una poesía, unos versos? podría ser una pregunta que hiciésemos por la calle. Y con la previsible respuesta, las cosas no funcionan, no pueden funcionar: así todo acaba en gritos, en ruido. “Huye el año a su término / como arroyo que pasa / llevando del Poniente / luz fugitiva y pálida”, que dice Rubén Darío. Y tal vez debería ser obligatorio lo de un poema por mes o, al menos, por año. Otro gallo nos cantaría. Una nueva belleza que, según los antiguos, equivale a una nueva verdad y a una nueva bondad.

Publicado el día 22 de diciembre de 2017

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