Tristes o, mejor, entretenidos

      Defendía Erich Fromm que el Estado estaba interesado en crear individuos tristes y macilentos porque gobernar sobre esta clase de personas es más fácil que hacerlo con gente alegre y animosa, más propensa a la protesta y a la crítica. No está claro del todo, sin embargo, que este propósito no permita otras alternativas para tener al colectivo tranquilo y dominado y, encima, puedan ser mucho más beneficiosas para quienes tienen el último y decisivo control. Porque cabe preguntarse (y de hecho se lo han preguntado importantes sociólogos) que, si bien parece razonable pensar que unos ciudadanos alicaídos darán poca lata a las autoridades, también podrían comportarse de la misma manera quienes estuviesen en otras condiciones que condujesen a esa misma finalidad. Por ejemplo, tener distraído al personal, entretenido de tal manera que ni le interese entrar en conflicto con el poder, ¿no sería acaso tan rentable y hasta incluso del mayor interés? ¿Y si, además, está plenamente convencido de que su comportamiento es francamente bueno y recto?
         Vicente Verdú sistematiza el desarrollo del capitalismo en tres momentos de la historia reciente. Hay uno primero, dice, de producción (que llega hasta la Segunda Mundial) en el que lo principal son las mercancías, y los productos que ofrece (cocinas, paraguas, teléfonos) … negros y sombríos; después, hasta la caída del Muro, viene un período de consumo, con superficies brillantes, aluminio, acero inoxidable…; la etapa actual, capitalismo de ficción, se caracteriza porque nos ofrece la felicidad, la alegría, la creación de un mundo nuevo y mejor, en definitiva, un mundo virtual que nosotros podemos promover a nuestro antojo y de acuerdo a nuestros deseos y aspiraciones.
    A este fin, viene bien recordar lo que cuenta William Davies analizando los comportamientos colectivos: que los vínculos sociales, los compromisos con los demás, está demostrado que son más fundamentales que los precios de los mercados. Así es que, si nos dejamos seducir por la bondad de esos vínculos sociales que, a fin de cuentas, son más eficaces y, por tanto, rentables, pues mejor que mejor. ¡Qué sistema más óptimo que éste para completar el mejor efecto del capitalismo de ficción! Contentos y confiados, estamos en la inmejorable disposición para comprar y consumir, pensando además que estamos haciendo una buena obra. Con lo que queda el círculo cerrado.

Publicado el día 29 de diciembre de 2017

Una nueva belleza

     Como de pronto, alguien advierte de que nos hemos olvidado del vehículo, de que, encerrados en lo de cada día, ya no nos acordamos del carruaje en el que estamos acomodados. Y menos aún de que hoy empezamos una nueva vida, un nuevo amanecer que nos llevará durante los próximos seis meses cada vez con más luz, con más sol, con más vida. Es el solsticio de invierno: un acontecimiento más real que las elecciones catalanas o la lotería nacional. Un acontecimiento cósmico que, ya decía el fraile Roger Bacon en 1267, se mueve, que sube en el calendario… pero que, decidido por la Iglesia como fijo, había alborotado todo el ceremonial de fiestas y santos, mientras carga sobre sus espaldas el peso de “un inmenso abanico de… ritos de fecundidad, fiestas del fuego, ruedas ardientes, ofrendas a los dioses”.
        (Para el aviador la pregunta es “qué habrá pasado en el planeta, ¿quizá el cordero comió a la flor? A veces me digo; ¡seguramente no! El principito encierra todas las noche a la flor bajo un globo de vidrio y vigila bien a su cordero… Entonces me siento feliz. Y todas las estrellas ríen dulcemente. Pero a veces me digo: de vez en cuando uno se distrae ¡y es suficiente! Una noche el principito olvida el globo de vidrio o el cordero salió silenciosamente durante la noche… ¡entonces los cascabeles se convierten en lágrimas! Es un gran misterio. Para vosotros que también amáis al principito, como para mí, nada en el universo sigue siendo igual si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero que no conocemos, ha comido, sí o no, a una rosa… Mirad al cielo. Preguntad: ¿el cordero, sí o no, ha comido a la flor? Y veréis cómo todo cambia… ¡Y ninguna persona mayor comprenderá jamás que tenga tanta importancia!”)
          Porque, para que eso ocurra, antes que nada hay que detenerse, pararse un momento, dar un suspiro, apropiarse de una bocanada de aire. ¿Desde cuánto tiempo no ha leído una poesía, unos versos? podría ser una pregunta que hiciésemos por la calle. Y con la previsible respuesta, las cosas no funcionan, no pueden funcionar: así todo acaba en gritos, en ruido. “Huye el año a su término / como arroyo que pasa / llevando del Poniente / luz fugitiva y pálida”, que dice Rubén Darío. Y tal vez debería ser obligatorio lo de un poema por mes o, al menos, por año. Otro gallo nos cantaría. Una nueva belleza que, según los antiguos, equivale a una nueva verdad y a una nueva bondad.

Publicado el día 22 de diciembre de 2017

La igualdad, por Navidades

      Sabido es el viejo pensamiento racionalista que, procedente de Sócrates y demás filósofos, digamos, orgánicos occidentales, defiende que la virtud es en sí misma tan atractiva y verdadera que basta conocerla para engancharse a ella, a través de la ecuación intercambiable: virtud es saber y saber es virtud. Lo que, desde el ángulo opuesto, explica la aparición del vicio por la ignorancia y falta de conocimiento. Es por tanto una visión intelectual de la moral y de la ética, identificativa del mundo occidental. Ahí están para demostrarlo los dominantes discursos buenistas que no cesan y se justifican en, que, si el hombre no la interfiriera, la virtud (la igualdad, en este caso) acabaría gobernando el mundo para el bien y felicidad universal. ¡Nadie entre aquí que no defienda la igualdad! ¿Quién se atreve a decir lo contrario? El pensador, que se cierra en lo racional y doctrinal.
        Pero los ideales son peligrosos, no lo duden, proclama Rafael del Águila. A muchos les parece, viene a decir, que, si creemos profundamente en algo maravilloso y lo convertimos en actuación política racionalmente exigida, todo irá bien y será maravilloso. Pero claro ¿y qué pasa si alguien en la ciudad no cree que esa igualdad no solo no es maravillosa sino, muy al contrario, hasta puede ser muy perjudicial? ¿O simplemente la rechaza al grito, que ahora está dominando Europa, de ¡yo no quiero ser igual a ese o a esos!? ¿Y quién ha determinado esa virtud, puede objetar el ciudadano que cada día ahonda más aún en la brecha social con sus comportamientos económicos o empresariales mientras rechaza un mundo común con lo común del mundo? ¡Y que, además, dice, compita conmigo por un mundo único! Porque ¿quién ha dicho, o decidido, que la igualdad es un bien en sí mismo y por qué?
       Véase si no el redoblado esfuerzo navideño por la igualdad, por ejemplo, en campañas especialmente bienintencionadas, pero baldías por su inconsistencia, su futilidad teórica, mientras asoma la que puede ser definitiva ruptura de nuestra especie, sobrepasando incluso lo previsto en “1984” o en Huxley ¿Qué pasaría si las nuevas tecnologías genéticas solo estuviesen disponibles para la gente rica? Tendríamos una sociedad que no solo estaría dividida definitivamente por una brecha económica, sino que el acceso a la genética crearía una subclase antropológica, pregunta Siddhartha Mukherjee. O una nueva especie partida.

Publicado el día 15 de diciembre de 2017

La duda como remedio

       Tras la vorágine que los nuevos conceptos de posverdad y realidad alternativa han creado tanto en el discurso público como en el privado, tal vez sería prudente y sensato, para ir aclarando pensamientos y actitudes, echar mano de una posición teórica y práctica que el ser humano siempre ha tenido a su alcance que es la duda, la capacidad de cuestionarse todo el esquema de ideas sobre el mundo de que dispone. Introducir una cuña interrogativa en el conjunto de conocimientos que poseemos de manera que nos permita desalojar de nuestro pensamiento los absolutos, esas posiciones que, aunque a primera vista parezcan todo lo contrario, en el fondo trocean la realidad y crean multitud de puntos de vista, excluyente cada uno de ellos. Y de esta manera tantas interpretaciones disipan la verdad y la rompen. Nunca hubo dos hombres, dice un filósofo, que juzgaran del mismo modo una cosa y es imposible encontrarse con dos opiniones exactamente iguales no solo en hombres diferentes sino en uno mismo a todas horas.
         Plantear la duda, ejercer una cierta sospecha ha sido una afortunada tentación que se ha sugerido como tratamiento a las convicciones desde que comenzó a desarrollarse lo que se puede llamar la filosofía occidental. No solo porque desde el principio hubo pensadores que llamaban a esta serenidad de ánimo sino porque, a lo largo del tiempo, siempre ha habido alguien que se ha ocupado en insistir en las virtudes y los aspectos positivos y beneficiosos de esta actitud existencial. El escepticismo, que en el fondo es la desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo, consiste precisamente en esto.
        Sin embargo ya sabemos que la referida cuña de cuestionamiento de algo suele ser rechazada por la exigencia que todos tenemos de afianzar nuestra seguridad porque, como algunos han dicho, cuestiona los dogmas de la tribu en cuyos parámetros necesitamos encontrar el suelo en que apoyarnos, pero aprender a dudar implica distanciarse de lo dado y poner en cuestión los tópicos y prejuicios, cuestionarse lo que se presenta como incuestionable, viene a decir Victoria Camps. La duda, cuestionarse los fundamentos de nuestro esquema ideológico, del conjunto de nuestras certidumbres personales es el mejor (y tal vez único) camino para encontrar la verdad. En la línea que aconseja Cervantes cuando afirma que de sabios es guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día.

Publicado el día 8 de diciembre de 2017

Desigualdades de nacimiento

       Huarte de san Juan, uno de nuestros sabios del siglo XVI, se interpela sobre cómo es posible que, siendo la Naturaleza prudente, mañosa, de gran artificio… y el hombre una obra en quien esta tanto se esmera, sin embargo “para uno que hace sabio y prudente cría infinitos faltos de ingenio”. ¿A qué se debe esta incongruencia?, se pregunta. Y acaba achacando la causa (la culpa) de tal desafuero a los padres porque, dice, no se llegan al acto de generación con el orden y concierto que Naturaleza estableció ni saben las condiciones que se han de guardar para que los hijos salgan sabios y prudentes. (¡Vaya responsabilidad!: los padres, por no saber hacer bien las cosas, los causantes de que no todos seamos listos, guapos… Otra cosa es lo que cuenta que se debería hacer).
      Pero en definitiva en eso estamos y en eso vivimos. Y de donde deben partir todas nuestras consideraciones ideológicas y sociales a la hora de plantearnos cualquier iniciativa para la consecución de la igualdad universal. Sin embargo por lo general dejamos a un lado las dos discriminaciones con las que venimos al mundo. Porque de entrada ya hay una desigualdad de naturaleza: ser alto o bajo, guapo o feo, (el poeta Marcial se preguntaba, ¿de broma?, si los feos pueden ser buenos) inteligente o torpe… nos planteará o ayudará con las dificultades de vivir, de sobrevivir o de triunfar. Y lo mismo se puede decir del poder operativo de la otra dimensión, la de las condiciones sociales en que está el rincón familiar en el que nacemos. Y todo ello cuando aseguran todos los expertos, y hasta los que no lo somos lo vivimos cada día, el definitivo condicionamiento que tiene en nuestra vida lo derivado de nuestras límites de nacimiento, de lo natural y de lo social.
       De acuerdo con ello una reflexión que minusvalore o prescinda de ese doble punto de partida tiene todas las posibilidades de terminar en un discurso amable y dulce, pero en absoluto operativo y corremos el riesgo de hablar de vacuidades y no de proyectos reales. Bien claro lo dice el emperador Wen, de la dinastía Wei: “¿Por qué si el mundo es uno / todo es tan desigual? Los ricos bien que comen / buen arroz, buena carne. / Pero los pobres comen / desperdicios y yerbas. / ¡Qué dura es la pobreza! / Nuestra suerte, inmutable, el cielo la dispone. / Y es inútil quejarse, y es inútil gemir, / porque a nadie podemos reclamar”. Porque así son las cosas.

Publicado el día 1 de diciembre de 2017