De premios y castigos

         La manida propuesta de que a los ciudadanos se podría, y tal vez debería, otorgarle un carné de buena vecindad cuando se compruebe que cumple con todos sus deberes colectivos es una idea con la que juegan algunas a lo más biempensantes. El aparato de todos los Estados y también las instituciones funciona con una concepción judaica o bíblica del hombre como sujeto caído, que, en cuanto nos descuidemos ya empieza a hacer dislates y en esas condiciones necesita de redención y de extrema vigilancia. (Lo que se demuestra en que no hay disposición, moderna o antigua en algún lugar del mundo, que, en el desarrollo de su articulado, en lugar del consabido rosario de sanciones para los incumplidores, ofrezca únicamente premios para quienes se comporten de acuerdo a lo ordenado). Pero, como aun así sigue desobedeciendo, el ciclo se cierra con el castigo y la amenaza del mismo. De ahí la sugerencia de quienes se consideran a sí mismos como buena gente o porque consideran que sería estimulantes, de vez en cuando hablan de ese documento que acreditara la bonhomía.
      Carné o no, lo que sí ocurre es que hay multitud de instituciones de toda índole que gustan destacar a determinadas personas con premios y distinciones. Algún socarrón diría que entre tanto premio poca gente debe quedar sin tener, al menos, alguna mención honorífica por hacer bien una tortilla o saberse con precisión el himno del equipo. Bromas aparte, lo que hay que considerar más en serio es el listado de premios que las Administraciones Públicas (hacer de su capa un sayo en un asunto privado es otra cosa), en su afán de exhibir su poder, adjudican sin ton ni son. Y ahí está el abuso. Porque los procedimientos que utilizan son esencialmente discriminatorios pues marginan a tantos ciudadanos que los merecen, puede que más, y sólo hay publicidad en los resultados. Seleccionar, por ejemplo, a unas docenas de personas para un premio nacional al mérito en el trabajo puede ser tachado desde candidez a un descoco inaudito. Y los otorgados con motivo de las fiestas locales o autonómicas: serán personajes extraordinarios, pero ¿de una raza superior?
       La venganza popular es que a nadie interesan, salvo a los seleccionados. Mas, para compensar el desequilibrio, las autoridades podrían establecer también unos castigos. Al estilo de la Lotería en Babilonia de Borges. Lo malo es que eso sería darle muchas pistas al demonio.

Publicado el día 17 de noviembre de 2017

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