Pagos eternos

      Algunos recordarán este viejo chiste sobre un hombre muy rico a punto de morir que pidió a sus hijos, por si acaso pudiera hacerle falta, que en su sudario colocasen un buen fajo de billetes. La idea pareció bien a todos, salvo al más joven que, como alternativa, propuso sustituir ese tocho de moneda, dado el desconocimiento de cómo estaría el mercado en el más allá, por un talonario de cheques: de esa forma no tendría problemas el difunto si la demanda era muy cara. Llevar billetes a la otra vida no es una idea nueva del que inventó el chascarrillo porque, casi desde el comienzo de la vida humana, siempre hubo alguna explicación que justificaba dicha acción monetaria. La más conocida es el óbolo que las almas debían llevar a Caronte como pago por pasarle la laguna Estigia para llevarlos al Hades. Y ya en nuestra cercanía la venta de indulgencias con la famosa y discutida Taxa Camarae. Tan pronto caiga la moneda a la cajuela, el alma del difunto al cielo vuela, expresión que se atribuye a Johann Tetzel, un fraile dominico a quien el papa León X comisionó para este negocio. (Y que tanto influyó en Lutero).
       Por no convertir estas líneas en una interminable relación de referencias históricas sobre esta costumbre (lo que, además, sería imposible, salvo que recurriésemos a la biblioteca de Babel borgiana), baste decir que la última modalidad de la que hemos tenido noticia (¿ahí me las den todas?) consiste en vender las promesas y provocar que otros las ejecuten por nosotros. Es decir, mediante nuestro óbolo, otra persona hace nuestro camino o cumple el ayuno a que nos hemos comprometido mientras nosotros ganamos los beneficios derivados de la penitencia. El cilicio se lo ponemos a otro y utilizamos las disciplinas en la espaldas de un propio, a quien pagamos religiosamente, eso sí. En el fondo, como siempre.
       Y mientras nos quedamos en la vieja reflexión de Machado de que el hombre sólo es rico en hipocresía / en sus diez mil disfraces para engañar confía, podemos recordar el decreto contra los ricos de Luciano de Samosata en el que imponía que sus almas sean devueltas a la vida, se encarnen en cuerpos de burros y vivan como tales doscientos cincuenta mil años y nazcan burros de esos burros, que sean arreados por pobres… Lo gracioso va a ser cuando las tarjetas y los móviles acaben imponiéndose para los pagos, también en el cielo. O en el infierno. Que ya veremos.

Publicado el día 9 de junio de 2017

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