Necesitamos niños

        Lo que pudieron tardar nuestros ancestros en comprender de dónde vienen los niños, en una época en la que aún no existía París ni se conocían las tareas de las cigüeñas, es sin duda un misterio. Llegaban los nuevos miembros de la tribu y ya está. Así, hasta que un día alguno, sin duda un alto científico del momento, empezaría a hacer cuentas y ¡zas! misterio resuelto. Naturalmente sería una época en la que la inteligencia aún andaba con dificultades para problemas complejos y el pensamiento abstracto apenas habría empezado a tener recorrido. De todas maneras, a día de hoy, ya tenemos pleno conocimiento de todo ese proceso, de cómo se hacen los niños y por qué camino llegan a nuestras casas. Es incluso este conocimiento uno de los que más estimula nuestro lucimiento social. “¡A mí me lo vas a decir!” Y es que nadie anda a ciegas sobre niños, sexo y demás zarandajas. ¿Nadie?
     El caso es que todo indica que nuestra población está decreciendo, que los índices demográficos van mostrando un descenso paulatino y permanente de ciudadanos, o sea, que cada vez somos menos y que, a este ritmo, nos vamos a quedar tan pocos que nos van a sobrevenir muchos y terribles castigos y maldades de todo tipo y condición. Dicho de otro modo, que nos hacen falta niños, muchos niños, y que, dada su extrema necesidad, hay que buscar formas y procedimientos para conseguirlos. ¿Cómo?, ¿qué tendríamos que hacer para conseguirlos? La argumentación no puede ser más clara y terminante: se necesitan niños; sabemos cómo se hacen… pues la conclusión es evidente.
       Sin embargo, parece que no. Los responsables públicos, para resolver el problema, en lugar de llevar a cabo lo que haría el currito de a pie, ha creado una comisión, una comisión de funcionarios, un “grupo de trabajo institucional para la Estrategia Nacional frente al reto demográfico”, y, aunque eso de grupo de trabajo le puede sonar a alguien como sospechoso, ¡qué va!, que eso es una perífrasis. Hombre, tampoco es que haya que llegar al “Centro de incubación y Acondicionamiento de la Central de Londres”, que eso ya sería excesivo, pero, si estamos como estamos, en lugar de animar a la gente a solazarse y a ponerse a tono para traerlos al mundo, pues, eso, una comisión de funcionarios. Ya sabemos, de acuerdo a la zarzuela, que “con las caricias y asiduidades se pierden todas las facultades” mas… ¡un grupo de trabajo burocrático!…

Publicado el día 28 de abril de 2017

Apunte sobre la convivencia

      Siempre la raza humana, probablemente como las otras especies animales, ha andado metida en líos, negociaciones y rechazos en todo lo que supone algún tipo de integración y de fusión. Es esta como una de las tareas que acompañan inevitablemente en el vivir. Cuando nacemos, tanto cada uno como cualquier colectivo del tipo que sea, aparecen al instante una serie de trabajos y obligaciones de los que es imposible evadirse y a los que tenemos que dar respuesta inexcusablemente. Salvo Diógenes, de quien se dice que renunció para así buscar la muerte, lo primero que hay que atender son las necesidades materiales, como la respiración, el sustento etc. Pero, tras lo que algunos llamarían lo fundamental o lo primario, en seguida hay que cuidar de otras demandas a las que no podemos desatender. Lo dice de una manera clarísima Emilio Lledó: “Ciudadano de dos mundos, cada día más enfrentados y más discordes, el hombre lucha por mantener, junto al ser que somos, o sea a la inelegible y clausurada naturaleza, la querida y abierta posibilidad de la cultura”.
        Y es en ámbito de lo que llamamos la cultura donde empiezan a reflejarse las tensiones y las contradicciones del vivir, de la existencia. No solo nada es fácil, sino que todo está preñado de dificultades que generan dudas, sacrificios, desviaciones y otros desajustes por el estilo. La ligera paloma, decía Manuel Kant en un ejemplo muy relevante, agitando con su libre vuelo el aire, cuya resistencia nota, podría imaginar que su vuelo sería más fácil en el vacío. Lo que sería un salto al vacío de consecuencias imaginables. La impresión de que aquello que nos sostiene es, al mismo tiempo, lo que nos impide ampliar horizontes es una de las muchas e inevitables contradicciones que subyacen a los trabajos a que nuestra existencia nos empuja a la fuerza.
       Esta simple reflexión, nada novedosa, viene a cuento de la desazón que tantas veces se aprecia cuando se presenta la posibilidad y la necesidad de integrarnos unos en otros, de crear un espacio único de convivencia. A veces las cosas salen de manera fluida; en otros casos, parece que no hay manera de prosperar; pero la esencia humana vale plenamente cuando se avanza desde lo que los griegos llamaban el logos: la palabra y el pensamiento. De Calicles se dice que afirmaba que quienes hacían las leyes eran los débiles. A lo mejor, pero es el comportamiento más propiamente humano.

Publicado el día 21 de abril de 2017

Los dueños del cotarro

    Dijo alguien alguna vez, recordaba Fernando Díaz-Plaja, que “el español es ese señor bajito que siempre está irritado”. Eso ocurría en unos tiempos en los que, quienes podían, buscaban en la costa andaluza alegría para su cuerpo y, por qué no, también para su espíritu. En lo que los sociólogos han llamado los años del desarrollismo, cuando empezaban los bikinis y el grito de guerra política era el de ¡España es diferente! Las cosas han cambiado lo suficiente para que a día de hoy se pueda afirmar que vivimos en un paradigma diferente, de gran holgura. Y, sin embargo, lo de enfadarse no solo no ha quedado atrás, sino que, a diferencia de la conformidad con que se vivía en aquellos momentos tan difíciles, ahora se van extendiendo cada vez más la intransigencia, la impaciencia y el enojo. “Uno no debe indignarse tanto, vivimos en una sociedad que se indigna constantemente. En cuanto se hace una crítica, la gente se indigna, insulta…”, se lamentaba David Trueba.
      Sabido es que, sobre todo desde las sociedades sedentarias y el abandono del nomadismo de los cazadores-recolectores, apareció lo que algunos han llamado la sociedad bien pensante, el grupo social que se atribuye a sí mismo determinar el código de conducta personal y colectivo, decidir lo que está bien y está mal y al que MacMullen describió como “la expresión explícita de lo establecido”. Un grupo que muestra su código ético como definitivo e intocable y que dispone incluso de su estatuto de sanciones en el que entra la reputación como uno de los castigos más severos, algo así a como en Grecia era el terrible ostracismo. Nada tiene de sorprendente este hecho social, cuya presencia es inevitable y que canaliza tensiones positivas y negativas grupales, ayuda a la integración del colectivo, al tiempo que impide la evolución y progresión del conjunto. Ventajas e inconvenientes significativos.
      En Roma, según Paul Veyne, “la conciencia colectiva comentaba la vida de cada uno sin sombra de bochorno: no era chismorreo, sino la forma de ejercer una legítima censura, lo que se llamaba reprensión”. El problema viene cuando en esa represión se incluyen elementos de sectarismo ignorante e ignorado, apoyándose, además, en la falsificación de la realidad mediante informaciones apócrifas. Y destilando palabras de odio e insultos, que se justifican paradójicamente desde valores morales. Así, mal nos van a ir las cosas.

Publicado el día 7 de abril de 2017