Conquistar las palabras

     Andrenio, un personaje de “El Criticón, novela de B. Gracián, se muestra perplejo de cómo las palabras cambian a través del tiempo: primero se decía fillo; después, fijo; luego, hijo… y así en otros muchos casos. Pero, si las palabras cambian en su grafía, mucho más lo hacen en su significación y simbolismo.
      La palabra curiosidad es un ejemplo sencillo para mostrar estos juegos del lenguaje pero que en el fondo lo son de nuestra visión de la vida. Los griegos, en especial Aristóteles, la valoraron como el principio del saber y ello propició el desarrollo de las ciencias y la sabiduría. Y así se entendió como opinión universal. Alberto Manguel, asegura que la curiosidad ha sido el motor de la evolución humana… Pero es este mismo autor el que abre la espita de la sospecha cuando dice que también es la tentación para adentrarnos en lo prohibido, lo oculto, lo peligroso… Y aquí viene la cuestión a debate. Si uno le echa un vistazo, por ejemplo, al Kempis o a otros textos similares de cultura religiosa y, sobre todo, conservadora, apreciará en seguida cómo la curiosidad es tachada de amenazadora y de comprometida. No siempre se dice así de manera tajante (a veces sí, desde luego) pero se deja caer la advertencia de que puede llevar a lo indeseable, a la ruina moral, de que es nefanda y así lo mejor es no avanzar en la búsqueda de lo nuevo sino atenerse a la “doctrina de toda la vida”, que esa sí que es especialmente segura.
       El diccionario de la RAE, al hilo de esta rancia visión, en su edición vigésimo primera, de 1992, dice que curiosidad es el “deseo de saber o conocer lo que no nos concierne” y “Vicio que nos lleva a inquirir lo que no debiera importarnos” Es decir, como en el chiste de la soga y el burro, una calamidad, porque, en una acepción moralista mohosa, nos arrastra al pecado y a la perdición. Y, naturalmente, quienes en nuestro país ha sufrido este juicio tan negativo han sido las ciencias y los saberes, convertidos de este modo en sistemas cutres y sin ninguna posibilidad de avance intelectual. Pero menos mal que las cosas han cambiado y en la edición vigente se define la curiosidad como: “Inclinado a enterarse de cosas ajenas, a aprender lo que no se conoce”, lo que es ya un avance, aunque falte profundizar más. Es la reflexión que ha hecho M. Paz Battaner Arias, la filóloga y lexicógrafa que acaba de entrar en la RAE, y que motiva esta columna.

Publicado el día 3 de febrero de 2017

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