Felices a la fuerza

       La conocida teoría de que la música de villancicos, de que gozamos en los comercios durante las navidades, no obedece a que los tenderos sean especialmente amantes de las tradiciones sino a que consideran que de ese modo venden más, empieza a adquirir tintes de peligrosa realidad. Como se sabe, por lo general la música, como telón de fondo, además de amansar a las fieras, colabora a crear un talante más dulcificado en quien anda algo ajetreado. Y ese estado de ánimo, se asegura, anima a comprar más. Lo que podría llevar a expresar como regla de comportamiento mercantil una proporción directa algo así como que a más contento y agrado del cliente, más beneficios para los comerciantes.
       Pero ocurre que esta sencilla y simple reflexión, que viene siendo de interés para la charla y la comidilla, parece que ha entrado en una vía de conocimiento cuando menos compleja y, desde luego, amenazadora. Mal asunto, denuncia William Davies, cuando se ha apropiado de ella el capitalismo más radical (el que se manifiesta en el Foro de Davos) y quienes manejan las últimas novedades tecnológicas. Una combinación de poder que, como dice el refrán, no se la salta un galgo. O, dicho de una manera más seria, una combinación tan estructural e ideológicamente establecida que, por el dominio que consiga ejercer sobre los ciudadanos, puede llevar a ambientes sociales y políticos indeseables. Manejado este pensamiento desde estas dos plataformas (ciencia al servicio del capitalismo feroz), se convierte en una terrible arma ofensiva contra los valores humanos, individuales y colectivos.
        No es nueva desde luego la tentación de algunos poderes públicos, cuando han expresado su proyecto político, de presentarlo en términos de hacer felices a sus ciudadanos. Incluso momentos históricos singulares así lo han proclamado sin ambages: “El objeto del Gobierno es la felicidad de la nación”, decía nuestra Constitución de Cádiz, recogiendo quizá la idea de la francesa, la jacobina, de 1793: “El fin de la sociedad es la felicidad común”. Pero si en estos ejemplos puede verse un tono de ingenuidad o buenas intenciones, incluso algún ramalazo de romanticismo, mucho es de temer que, aplicándose la ciencia con su bagaje cuantitativo, y la violencia del poder, se plantee claramente la obligatoriedad de ser completamente felices. Para ser rentables, al cien por cien, de pensamiento y emociones. De conducta. 

Publicado el día 20 de enero de 2017
 

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