Los santos elefantes

      El escritor y científico romano Plinio, el Viejo, escribió en el siglo I una extraordinaria Historia Natural. El libro ejerció una influencia llamativa a lo largo de los siglos y se convirtió en referencia para las ciencias. Es en este texto donde, en la parte correspondiente a los animales terrestres, se empieza hablando del elefante como “el más cercano a la sensibilidad humana pues entiende la lengua de su patria… y posee cualidades raras incluso en el hombre, honradez, prudencia, ecuanimidad, etc. Incluso si se encuentra por casualidad en el desierto a un hombre que camina desorientado, le enseña, bondadoso y tranquilo, el camino”. Pero donde destaca su virtud es en lo que sigue. El elefante, dice Plinio, “por vergüenza nunca se aparea si no es en secreto… y la hembra es cubierta cada dos años, cinco días cada vez y el sexto se baña en el río (se purifica, interpretan lógicamente los escoliastas), antes de aparecer ante la manada. No conocen el adulterio ni los combates entre sí por causa de una hembra, fatales para los demás animales, y no es que no tengan pasiones que, se cuenta, hubo uno que se enamoró de una vendedora de guirnaldas en Egipto, y que nadie piense que fue elegida a la ligera, pues era la preferida de Aristófanes, el sabio gramático…” Y además, añade san Isidoro de Sevilla, en las Etimologías, que realiza el coito de espaldas.
      A la vista de estas excelencias, no debe de extrañar que grandes teóricos de la moral lo hayan venido presentando a lo largo de la historia como un modelo a seguir. Escritores santos y moralistas de época (alguno tan famoso y conocido que Dante lo menciona en la Divina Comedia) no han dudado en incluir este comportamiento como ejemplo que deben imitar quienes deseen disponer de una guía de buen hacer, todos los que aspiran a practicar las virtudes propias de este ámbito de la moral.
      No sería malo en esta época, que algunos juzgan tan depravada, reivindicar de nuevo, como se hizo en otras ocasiones, historia tan singular y que se retomara este brillante modelo que de hecho pasa por un santo en la naturaleza. Claro que, como el demonio no descansa, más de uno podría utilizarlo como coartada para evitar el débito conyugal y ya veríamos. Sin embargo lo peor y muy famoso es que el propio santo sevillano le hizo perder nobleza al afirmar seriamente que “tiene miedo a los ratones”. Sorprendente, como toda sus historia.

Publicado el día 29 de abril de 2016

Vivan las listas abiertas

       Utilizando el tema de la política para mostrar la complejidad del mundo y cómo a veces las consecuencias contradicen los principios, vale muy bien el ejemplo de las llamadas “listas abiertas”. Un requerimiento por cierto tan enraizado hoy en día en el catálogo de aspiraciones de lo que venimos llamando regeneración democrática y cuyos valores de decoro y de eficacia social y política presentan como uno de los primeros pasos para limpiar el panorama.
    Pero las cosas no son tan simples cuando se pasa de los principios generales a la concreción de las decisiones, cuando se dejan a un lado los eslóganes, que suelen sonar espléndidamente, y se empieza a ordenar la realidad. El caso que nos ocupa es un ejemplo paradigmático de ello. Porque de entrada hay que reconocer que la expresión “listas abiertas” no es unívoca, no tiene una sola forma de entenderse. Valen varios procedimientos y cada uno incluye ventajas e inconvenientes, incluso ideológicas. Listas abiertas puede suponer: tachar a algún candidato que no nos convenza; modificar el orden en la lista elegida; poder mezclar uno o varios candidatos de diferentes listas; incluir nuevos nombres… pero ¿bajo qué condiciones y requisitos?, ¿al vecino de al lado porque a uno le parece una persona estupenda? Resulta imprescindible aclarar qué se quiere cuando se dice “listas abiertas” pues no es lo mismo una fórmula que otra. Alguien podrá argüir que de lo que se trata es de evitar la dictadura que imponen, casi siempre pegados a sus intereses, los aparatos de los partidos pero entonces tendríamos que cambiar el eslogan por otro como: queremos que no sean los partidos quienes elijan a sus candidatos. No olvidemos que la llamada técnica encierra muchas trampas ideológicas y de intereses por lo que hay que tener presente hasta sus últimas consecuencias. Además este nuevo sistema llevaría a un régimen de gobernabilidad con otros parámetros. Las listas abiertas exigen pasar a un modelo presidencialista pues es la única fórmula posible de mantener el equilibrio de poderes por las discrepancias que pueden surgir entre el ejecutivo y el legislativo. ¿También se apuesta por este modelo de gobernanza?
      Este alegato no encierra el mensaje de oposición a las listas abiertas. En el terreno de la política es imprescindible tener siempre abierto un cierto ventisquero de escepticismo. Y ello lleva a tener que ajustar muy bien los modos.

Publicado el día 22 de abril de 2016

A la vuelta de la esquina

          Los amigos de la buena dicción y mejor escritura, los que desean redactar cabalmente, se enfadan, y con razón, cuando el ordenador avisa de una incorrección lingüística que no es tal. Unas determinadas mentes han aplicado al artilugio un código gramatical que no siempre es conforme a lo establecido y eso le hace cometer errores, incluso infantiles. Menos mal, habría que decir, que sólo avisa y al final no impone porque, de no ser así, menudo asunto. El problema se originaría si obligara a una forma de expresión y no hubiera manera de liberarse de ella, si forzara, por ejemplo, a una concordancia equivocada de la que no pudiera uno librarse. Eso sería muy, muy grave.
    ¡En cuántas ocasiones, sin embargo, no hemos asegurado que el día en que una determinada acción la hiciera una máquina dejaría de haber fallos! Una simple suma, el desarrollo de alguna de las cuatro operaciones básicas aritméticas ofrece más garantía de acierto llevada a cabo por una simple calculadora que hecha por un humano. Y eso es así hasta el punto de que, si “repasamos la cuenta”, como se dice familiarmente, para comprobar que es correcta, lo hacemos con la intención de asegurarnos de que hemos incluido fielmente los datos precisos, nunca que la herramienta se ha equivocado en su gestión contable. Es decir, admitimos la posible equivocación nuestra pero nunca de la máquina, que, en este caso, a diferencia del ordenador, sí impone su verdad.
        Estas reflexiones, aparentemente tan superficiales e insulsas, presentan una cuestión para la vida presente y futura del ser humano, del hombre de Cromañón, de lo más decisivo que pueda pensarse. Está a punto de comercializarse, por citar alguna referencia reciente, el coche sin conductor y ese hecho técnico viene con el mensaje de que de esa forma acabarán loa accidentes automovilísticos, sin duda un gran salto técnico favorable. El coche, conducido por un ingenio mecánico, no cometerá errores y esa condición evitará muchos disgustos. Pero si un malo quiere atropellar a su vecino al que odia, ¿podrá hacerlo o el coche le obligará a ir por el buen camino? Es aparentemente una broma la pregunta pero, avanzando en la tecnología, ¿qué pasará, y ya está a la vuelta de la esquina, cuando las máquinas impongan su voluntad sobre la nuestra, cuando el ángel de la guarda o el coach (entrenador o preparador, según la RAE) sea un robot y sin posibilidad de réplica.

Publicado el día 15 de abril de 2016

Banalización de la ciencia

       Sabido es que nuestros lejanísimos antepasados comenzaron su desarrollo especulativo o conceptual preguntándose por el porqué de las cosas, el motivo por el que ocurrían y la razón por la que eran de una manera y no de otras. El ejemplo clásico escolar es el del rayo que cae en un árbol contiguo al que está resguardado un individuo y le hace preguntarse por qué se ha librado de la muerte o de la ruina, lo que hubiera sucedido si se hubiese guarecido en el árbol afectado o el rayo hubiese caído donde él se encontraba. Y de esta manera se dan los primeros pasos para ir construyéndose el edificio de la ciencia, la gran tarea que ha venido construyendo la especie humana y la que lo deferencia, así lo creemos, del resto de los seres vivos. La ciencia es el soporte de todo lo que somos y tenemos, nuestra seña de identidad, el gran tesoro que nos salvará o nos hundirá y nuestro billete de salvación (extremadamente incompleto por supuesto) para el presente y para el futuro. De su jerarquía y autoridad ya se ha hablado y dicho casi todo. Pero hay una cuestión de cierta gravedad que ha venido a acontecer en nuestro tiempo y que, al parecer, tiene todas las bendiciones económicas, sociales, mercantiles y administrativas.
      Sin solución de continuidad con lo anterior, con la ciencia y lo científico, se está produciendo un grave quebranto cuyas pésimas consecuencias, aunque sean difíciles de evaluar, sí que es seguro que son y serán nefastas. Esto ha ocurrido cuando el adjetivo científico ha entrado en el mundo del negocio y se ha convertido en un talismán para justificar lo injustificable, vender lo invendible, defender lo indefendible. Zapatos científicamente confeccionados; cremas contrastadas científicamente; alimento0s elaborados científicamente… y así una eterna retahíla que naturalmente solo engañan a bobos. La publicidad, que por sí misma no tiene por qué no ser noble, está envileciendo estos dos términos, banalizando algo tan venerable y manchándolo con el engaño.
      En épocas antiguas, lo ensalmos, embrujos y otros remedios fundaban su valor en apariciones, supersticiones y otras monsergas por el estilo. Ahora el término ciencia se utiliza de manera irreverente. Eso sí, ha entrado arrasando en el bolsillo de los consumidores, como se dice ahora. Lo lamentable es que, hablando de bobos, de esta especie hay mucha más gente de la que pueda creerse. Esa es su venganza.

 Publicado el día 8 de abril de 2016

Más organizadores llegan

       La verdad es que el momento más apropiado es este en que se cambia la hora. El reproche de “si ya estamos diciendo que esto no puede seguir así” (“¡cómo les gusta vagabundear”, dice el profeta), se nos cae sobre la cabeza, como si fuera un mantra. Es lo que dicen quienes se han atribuido a sí mismos, sin que nadie se lo haya pedido, el afán de organizar y reordenar nuestra vida. Ya se sabe, recordaba Fernando Savater, que a los poderes públicos lo que le interesaba en el Antiguo Régimen era la salud de nuestra alma mientras que ahora, sobre todo desde la Ilustración, es el cuerpo el objeto de desazón. Pues hay una tercera posición ideológica que está preocupada por la ordenación general del reino y, en consecuencia, de cada uno de nosotros. ¿Qué hay que salvar? Que si hay que cambiar nuestros horarios, que cómo es que comemos a las 3 y cenamos después de las 22, que en Europa hay otros hábitos… ¿A qué vienen esas comparaciones?, ¿Acaso nuestro país es el último en la escala de esperanza de vida?, ¿Y los índices de felicidad?
       Pero ¡qué gana tiene la gente de meterse en nuestras intimidades! No ya en la cama, (que tantos candidatos con el carné de profesionales vienen durante siglos intentándolo y veces hasta lo consiguen) sino en nuestra comida, nuestra siesta, nuestro ocio y demás parcelas personales y familiares. Demasiada discusión hay detrás de cuáles deban ser los límites infranqueables de nuestra vida privada para que vengan otros, autoproclamados defensores de no se sabe muy bien en qué valores se fundamentan y qué credenciales les acreditan. Ahí es nada cambiar las costumbres.
        Parece razonable que tal vez pudiera discutirse si nuestro país debería acomodarse al huso horario universal. Pero otra cosa ya es discutible, salvo que se trate de seguir la Regla de san Benito, especialmente la V. Y, además, todo es un inmenso sofisma. Lo que hay es una sensata desorganización en la que cada uno hace lo que quiere y lo que puede. Lo primero para salvar a la gente de sus pecados es conocer si los cometen. No existiendo las brujas, ¿cuántas fueron condenadas? ¿Cómo es eso de que no se puede cenar a las 10?, ¿cuánta gente lo hace en su casa? Pero si lo desea ¿por qué no puede hacerlo?, ¿también se va a prohibir, por ejemplo, pasar por la taberna a tomarse una cerveza? Si hasta los monjes, en verano, tienen un descanso más largo después de la hora sexta, la siesta

Publicado el día 1 de abril de 2016