La vida del futuro (1)

    Hondamente preocupados, en un extremo de la angustia de cada día, por las consecuencias del último Barcelona-Real Madrid y, en el otro, simplemente por sobrevivir cuando apenas se tiene con qué, pasamos la vida pendientes de lo inmediato, de las alegrías y tristezas que nos van llegando. Probablemente no hay tiempo para más ocupaciones. Por eso nos vemos casi obligados a desdeñar todos aquellos mensajes que nos llegan por un lado o por otro y también teorías que explican cómo va el mundo, si estamos destrozando el medio ambiente o qué está pasando con la organización social de la vida a cuenta de las modernidades que llegan a cada momento. A lo más, influidos por lo que nos alcanza de las nuevas tecnologías, nos preocupamos por conseguir el mejor móvil que podamos; por resolver a nuestra manera las demandas de los hijos, y, si acaso, soltamos alguna que otra frase, en forma de eslogan, para explicar, convencidos o no, nuestra interpretación del mundo. “El secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para qué se vive”, decía Dostoievski.
       Y no es una frase baladí, de esas que tachamos de literarias, como apreciando solo su belleza. Porque, ajena sin duda a nuestras cosas y a todas estas nuestras tareas, la vida, dirigida por la evolución, sigue por su cuenta a lo suyo avanzando en un proceso sostenido e irreversible y en el que lo de hoy ya no tiene ningún valor mañana. Y sometiéndonos, a pesar de nuestra inteligencia y de lo listos que somos, a sus ritmos y a sus caprichos. Estamos a final de año, cuando empiezan los balances de lo que se dispone y de lo que falta y, quizá, no es mala idea aprovechar la circunstancia para darnos cuenta de que, por mucho que nos desentendamos, es el momento de hacernos la pregunta de si están a la vuelta de la esquina los supra-humanos o los superhumanos. O los posthumanos, como otros dicen.
         Y es que, dejando a un lado nuestro orgullo de especie privilegiada, hemos de convenir en, al menos, dos cosas. Una, que no es inocuo lo que está pasando, o ¿acaso algún ingenuo cree que, por ejemplo, dentro de 50 años no estarán modificadas sustancialmente las relaciones humanas (ya empiezan a estarlo) con los nuevos sistemas de comunicación? Y la segunda, que en principio no hay ninguna razón objetiva que pueda justificar que la especie humana actual sea la última de la serie. Y todo ello, querámoslo o no.

Publicado el día 9 de diciembre de 2016

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