Los dos códigos del vestir

           Tenemos que reconocer que, desde que a un antepasado, jefe de una tribu, se le ocurrió ponerse una pluma (o una hoja, que la cosa no está tan clara) para mostrar que era él quien mandaba, buena se lio con lo de la ropa y demás. Mas, para situarnos sobre esto, hay que recordar que, según los paleontólogos, perdimos el pelaje, que siempre tuvimos, hace un millón largo de años y tardamos en colocarnos encima lo que hoy llamamos ropa hace 60 o 70.000 años, siendo los piojos de la ropa quienes han facilitado esta información. El caso es que, junto al lenguaje oral, escrito, etc. hemos creado otro nuevo y bastante complejo, el de la vestimenta.
       El asunto, como se sabe, viene de lejos y los dos códigos que lo sustentan han complicado cada vez más las cosas. El código oficial, digamos las iniciativas del poder público, ha creado faltas y delitos por el uso desmedido de normas y ordenanzas. Y se pueden resumir esas decisiones tomadas por quien manda en dos ámbitos básicos. Uno, que la ropa nunca muestre que quien la lleva disfruta de mayor poder que el que le corresponda. Ya lo asegura el Código de las Siete Partidas: “Vestiduras facen mucho conocer a los hombres por nobles o por viles et por ende los sabios antiguos establecieron que los reyes vistiesen paños de seda…” El otro, muy relacionado con el anterior, es que al pobre no se le permita vestir de rico… con la enumeración de los “vicios que se oponen a una prudente economía”, en una Cartilla de 1892. Poder y riqueza han sido los móviles de las intervenciones gubernamentales a este particular.
            Pero el problema viene con el otro código, el que preconizamos todos y cada uno, que no tiene refrendo legal, crea pecados sociales y deriva de ese conjunto de costumbres, usos y manías de que somos responsables los humanos. Y a que, como con la comida, la bebida y el sexo, hemos aplicado una autonomía funcional, dicen los sociólogos, que nos lleva a comer sin hambre, beber sin sed y ejercer el sexo, vaya usted a saber, alejándonos de las finalidades biológicas para las que nacieron. Vestimenta, a la que se le podría aplicar el título del libro de J. A. Marina “la selva del lenguaje”, que cada persona o colectivo interpreta como cree y produce graves problemas por la importancia que le da. Este código colectivo, que, como dice Villorio, hace uso religioso de lo laico, pero que requiere firmeza para poder entendernos todos.

Publicado el día 14 de octubre de 2015

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