El juego de la corrupción

      Quizá sea ya la hora posiblemente de que descabalguemos de una vez por todas de las taxonomías morales la corrupción. Es esta maniobra una necesidad que se aprecia especialmente en épocas sobredimensionadas como son unas elecciones. De la misma manera que, cuando un síntoma está en fase aguda exige con más perentoriedad su neutralización, así, aunque siempre es bueno y conveniente aclarar las cosas para saber con qué nos estamos jugando los cuartos, es en los momentos álgidos (y qué otra cosa no son unas elecciones) cuando esta exigencia se hace más fuerte. La corrupción (que curiosamente no tiene un término contrario propio, más allá de vocablos abstractos como honradez y otros por el estilo) debe salir de una simplista valoración moral, axiológica y entrar en el santuario de los debates y discusiones doctrinales y teóricos para ver la forma de precisar qué significa, qué alcance tiene, cuáles son sus límites, si se ha practicado siempre y hasta qué sentido tiene dentro de la evolución, de la selección natural. La corrupción no es una categoría moral y por ello ni es algo bueno ni algo malo. Meterla de lleno, como hacen algunos autores, en el módulo de la ejemplaridad es la mejor forma de evitar un análisis imprescindible de qué es de lo que estamos hablando cuando utilizamos esa palabra.
      Por supuesto que, presentada así de una forma esquemática y abreviada, esta proposición puede resultar cuando menos sorprendente pero ocurre como con esas citas que nadie se molesta en comprobar si es verdad o no, todos copian a los anteriores y queda para siempre adjudicado ese pensamiento. Pero es este un ejemplo más del doble discurso, el oficial o hipócrita y el real. ¿Cuántos ciudadanos de verdad, a la hora de elegir una papeleta, rechazan una candidatura con el argumento de “esta no, que incluye un corrupto” y como temiendo infectarse la sueltan en seguida para elegir otra?
      “Y ¿dónde vamos a hundirnos, si no es mala pregunta?”, inquiere el señor Cayo, aquel cuyo voto fue tan disputado en el relato de Miguel Delibes. Antes el propagandista candidato le había lanzado la soflama de que esas serían unas elecciones fundamentales para el país y que “si las desaprovechamos nos hundiremos sin remedio, esta vez para siempre”. Mientas salen estos discursos apocalípticos, la corrupción la corrupción se convierte en el arma más chillona pero menos eficaz. Un verdadero juego.

Publicado el día 20 de marzo de 2015

Pensar con la razón

       No hace demasiado tiempo un grupo de mujeres significativas de países árabes apelaron a que, ojalá, el destino o la vida les deparase algún Voltaire que provocara una época de Ilustración en el Islam. Y, aunque Juan Goytisolo matizó esta demanda afirmando que, de entre los muchos nombres preclaros del momento, este autor no era precisamente el modelo a seguir, la verdad es que la referida aspiración no merece sino apoyo. La Ilustración, situada básicamente en el siglo XVIII, llamado por ello de la “Luces”, supuso el despegue definitivo del ser humano de las tinieblas de la superstición y la credulidad. Dice el filósofo Kant que ese período “significa el movimiento del hombre al salir de una puerilidad mental de la que él mismo es culpable”. Ese movimiento cultural e intelectual, que por cierto no está reñido con la fe, permitiría al Islam la maduración y la sensatez de las que se lucró la cultura occidental.
      Pero no hay que llegar a este período para ver cómo en la historia se ha ido produciendo una acomodación racional y hasta de sentido común de los mensajes religiosos tal como hoy los viven, matices aparte, la mayoría de los occidentales. Los árabes durante la Edad Media fueron protagonistas (Averroes…) y trajeron a Europa, a través de España, los textos de los autores clásicos que propiciaron la modernidad y el Renacimiento, período en el que aparecieron los primeros avances científicos, filosóficos y culturales que dieron origen a la que llamamos nuestra civilización. Y todo ello fue posible gracias a la gestión cultural de los primeros siglos del Islam que tan provechosos fueron para todos.
       Cerrando la tríada (el Renacimiento por una parte y la Ilustración por otra) es necesario referirse a todo el proceso, en época casi actual, de lo que se ha llamado con una palabra aparentemente extravagante “desmitologización”. Lo que el teólogo protestante R. Bultmann y su escuela propugnaban en el siglo pasado era (dicho de una manera demasiado elemental) interpretar exclusivamente como símbolos de mensaje religioso la literalidad de la letra escrita. Lo que la ciencia va confirmando cada vez más, en palabras del científico dominico Francisco Ayala. Reordenar el pensamiento religioso desde la razón sería el camino más seguro para acabar con el lenguaje de las armas y de la crueldad. Claro, que para eso es necesario proceder desde la moralidad más elemental. Todos.

Publicado el día 13 de marzo de 2015

Mucho más que una guerra

       Las informaciones que llegan sobre la gestión pública en torno al reciente acontecimiento político y social autodenominado califato desprenden todas vientos de combate, de conflicto militar, de guerra en definitiva. A su vez algo parecido, aunque en otro orden de cosas, es el tratamiento que los diferentes gobiernos occidentales están promoviendo contra los llamados ataques yihadistas: por lo general son las fuerzas policiales las que están protagonizando la represión de estas terribles acciones. En ambas situaciones no parece descabellado que, dada la virulencia que hay detrás de estos movimientos, los dos sistemas, el militar y el policial, sean los encargados de llevar a cabo una actuación adecuada. No solo en la persecución de los mismos sino en especial en su prevención. A lo que se conoce, la idea principal de los responsables es aplicar un principio de proporcionalidad: si esto es una guerra, parecen decir los gobernantes, pues trabajemos en esa dirección.
      Sin embargo, como en tantas otras situaciones y condiciones humanas, el pensamiento único, un exclusivo punto de vista no es suficiente para agotar toda la realidad. Sin necesidad de recurrir a la manida doble visión de los montes de Gredos, según se coloque uno al norte o al sur, que Ortega popularizó, casi siempre las cosas, sobre todo si son acciones humanas de tipo social, son mucho más complejas y en su gestación y desarrollo ofrecen más de una perspectiva para que sea insuficiente una única explicación. Manifestar que aquí se produce y se expresa un fenómeno de perfiles bélicos sin más precisión y sin extender el juicio, al menos a otros ámbitos colaterales, es empezar mal el camino de la solución. Tener presente ese vector es prudente pero renunciar a perseguir otros motivos es caer en un “cierto monoteísmo científico llamado mecanicismo”.
     Valga que haya una guerra, valga que haya subversión pero, por citar un ejemplo al azar, fenómenos como la creciente incorporación de ciudadanos occidentales a esa causa es un indicio de que aquí no vale lo de pregunta-respuesta. Ni el pensamiento concreto, que se ampara en juicios morales tajantes y reduce la variedad tonal del mundo a un drástico claroscuro sin matices. Aplicar solo la vía militar y policial a este fenómeno tan enredado y profundo es mostrar poca inteligencia y, quizá, hasta un tufillo interesado. Y muchas dudas sobre su posible remedio.

Publicado el día 6 de marzo de 2015