El sufrimiento humano

     Aconseja Plutarco (un importantísimo escritor griego del siglo I, en un librito, “Consejos políticos”, que algunos profesionales de la vida pública convendría estudiaran) que el político ideal es el que se gana para su causa a la multitud, al ver ésta cómo los halagos y cebos de los demás políticos son trucos bastardos e ilegítimos al lado de la cordialidad, franqueza y prudencia de aquel. La cercanía a la gente, además el lema de la izquierda, y el estar pendiente de la persona han sido consideradas siempre dos virtudes imprescindibles, principalmente allí donde han florecido la democracia y el respeto a los derechos humanos.
     Ya sabemos que la política es uno de los ámbitos a los que mejor se puede atribuir aquellas palabras de Ortega cuando afirmaba que “la mayor parte de los hombres vive una vida interior, en cierta manera, apócrifa. Sus opiniones no son en verdad sus opiniones sino estados de convicción que reciben de fuera por contagio…”. Y esa circunstancia es aplicable ahora cuando la valoración de los resultados permite muchos y variados puntos de vista. Pero, sin entrar en análisis de profundidad y esquemas sociológicos para intelectuales, vale, como en una aproximación de urgencia y a salto de mata, la reacción más humana, inmediata y quizá más ajustada al mensaje ciudadano aquella en la que el líder de “Podemos” manifestó que lo que había pasado en las elecciones es que había ganado el PP y por tanto al día siguiente “seguirá habiendo seis millones de parados y se seguirían haciendo desahucios”. Es decir, al permanecer en el poder no ya un partido sino la nomenclatura, persistirá el sufrimiento humano de la persona, como siempre retirado del mercado social y envuelto en grandes palabras y, de un tiempo acá, en grandes cifras y fantásticos diseños económicos que todos estamos aprendiendo.
      ¿Tan difícil es entender esto? ¿Cómo, ante los miles de desahucios que se hacen al año, no se encierran los diputados día y noche hasta encontrar una salida que evite toda esta desgracia?, ¿tan difícil, tan difícil?, ¿tan sin sensibilidad se queda uno para que, por ejemplo, a cada acto de desahucio no acuda un parlamentario aunque sea simplemente para tomar nota de las circunstancias de esa desgracia?, ¿es que no hay ideología y consistencia teórica detrás de cada actuación? Y ya habrá tiempo de otros análisis, imprescindibles para comprender toda la realidad.

Publicado el 30 de mayo de 2014

Otra lectura de las elecciones (y 2)

        Si, despojado de intereses ideológicos y de valoraciones morales, uno fija su atención en la parafernalia de unas elecciones (todas desde luego pero de manera ostentosa las que implican a todos los adultos) fácilmente puede darse cuenta de cómo todo ello, el ruido y las nueces, viene a ser una simple puesta en escena, lo que hoy llaman los modernos una especie de “performance”, una interpretación. Así las cosas, esta representación tiene que seguir con la mayor fineza todos los pasos que exige una buena ortodoxia. Una “morcilla”, como dicen burlonamente los cómicos, un suave resbalón puede suponer, puesto que la moneda que se utiliza son los votos, una desinversión manifiesta. Como advertía Horacio hay que tener mucho cuidado en no describir un hecho que se acomode a la letra de un poema de otra clase.
        Consiguientemente toda la ceremonia desarrolla su propio lenguaje y, dada la situación, la comunicación está llena de mensajes cifrados, ¿A cuento de qué viene ahora anunciar que en julio se aprobará la ley del aborto sino para sostener a determinados votantes…? Luego, pues ya se verá. ¿Y la distribución de tiempos de los precandidatos del PSOE para dar imagen de que todo se renovará? Después, lo mismo, ya se verá. ¿Y tantos otros anuncios de cosas buenísimas que a lo tonto se dejan caer precisamente estos días? Las llamadas promesas electorales son el guión de los ejecutantes pero estas expresiones, de acuerdo a las leyes de la lógica, no son ni verdaderas ni falsas. Son proposiciones de deseo pero no apodícticas, no concluyentes. (En todo caso, si realmente quisiéramos cambiar el sesgo del espectáculo y salir del teatro, habría que poner ante la opinión pública a los que mandan de verdad. ¿Promesas? Con el argumento de Rajoy, convertido en universal al estilo kantiano, justificando, al hacer todo lo contrario de lo anunciado, que ha hecho lo que tenía que hacer, se terminaron todas las promesas electorales. Todas y para siempre).
     En la apoteosis, que como en las comedias clásicas viene al final, hay que incluir la votación, sin duda imprescindible para el mejor desarrollo de la interpretación (no debe olvidarse que el coro era el principal en las representaciones griegas) y, luego, el grito de victoria obligado de todos los que concursan. Aunque después, cuando el público se retira y se apagan los escenarios, la vida marque y señale a cada uno su realidad.

Publicado el 23 de mayo de 2014

Otra lectura de las elecciones (1)

     Por experiencia todos sabemos de sobra qué son unas elecciones y lo que suponen. Ateniéndonos a la materialidad de la acción social a llevar a cabo y, dicho de una manera pedestre sin mística ni alharacas, unas elecciones son un simple procedimiento para elegir quiénes van a ejercer las tareas en los puestos que salen a concurso, una especie de selección de personal que en este caso está a cargo de un jurado no profesionalizado y en cierto modo universal. Lo que en puridad se dirime en estos procedimientos es quiénes van a ser parlamentarios, concejales o rector de la Universidad, qué personas van a asumir esas responsabilidades. Otra cosa muy diferente es todo lo demás: desde la incidencia que sobre las rutinas de nuestra vida implica su preparación hasta los juegos ideológicos, económicos y sociales que se ciernen sobre ellas. Y, sobre todo, la distribución real del poder que provocan.
     Lo que pasa es que las elecciones siempre han gozado de buena fama y de garantía de salud del sistema político. Hasta tal punto que incluso los que bajo cuerda las manipulan y falsifican las presentan como un aval, un certificado de buena conducta. También aquellas que familiarmente se llaman “a la búlgara”, es decir, en las que había más votantes que personas apuntadas en el censo y las candidaturas oficiales acababan sacando un porcentaje de votos mayor que cien. Pues hasta esas se presentan en sociedad como prueba de un buen hacer político. Y lógicamente esta buenísima imagen de que gozan ha proporcionado que sobre ellas hayan caído, seguro que en millones de ocasiones, como pétalos de flor desde ditirambos de los más diversos, encomios y panegíricos a sus valores hasta sesudos y profundos estudios de su engarce democrático. ¿Ha habido alguien en la historia que haya tenido el atrevimiento de criticarlas, siendo como son el sancta sanctorum de la ética social?
     Pero, claro, sin desmerecer de tanta bondad y perfección, unas elecciones encierran también otros ángulos y otros puntos de vista que no sería bueno dejar a un lado. Porque, como de lo que se trata es de conseguir votos como sea para los candidatos propuestos, las estrategias van encaminadas de manera muy determinada a aprovechar cualquier circunstancia para esa finalidad y así la precampaña, y lo que se llama oficialmente la campaña, acaban siendo una singular, fantástica y gran puesta en escena. ¿Engañosa y falaz?

Publicado el 16 de mayo de 2014

Entre pobres y ricos

    Entre todas las causas que producen sedición y cambio en las repúblicas, la más importante consiste en la riqueza excesiva de unos pocos y la pobreza extrema de muchos, dice Juan Bodino, un escritor político francés del siglo XVI. La historia está llena de ejemplos por los que se ve cómo quienes alegan diversos motivos de descontento contra el Estado aprovechan la primera ocasión para despojar a los ricos de sus bienes, aunque este tipo de alteración era más corriente en la antigüedad que ahora. Por eso Platón, insiste Bodino, llamaba a la riqueza y a la pobreza las pestes constantes de la república.
     El convencimiento de que la distribución de la riqueza es la ponzoña que infecta a todo el engranaje social o la garantía de un buen drenaje comunitario, según esté más o menos acertadamente repartida, viene de muy antiguo, podría asegurarse que desde el momento en que la civilización pasa de la colectividad del clan o de la tribu a la consideración básica de la personalidad del individuo como sujeto diferente de todos y cada uno de los demás. Desde que las cosas dejan de ser de todos al mismo tiempo y cada uno posee su intimidad y su propio proyecto personal exclusivo y diferenciado, empiezan los desequilibrios entre ricos y pobres, entre los que tienen más y los que menos, y se quiebra así la armonía en la igualdad total. Por eso desde que los antiguos se dieron cuenta de cómo el enriquecimiento personal empezaba a ser fuente de graves conflictos los diferentes líderes sociales, como remedio a la situación, los legisladores, iniciaron en seguida acciones de promover y ordenar la distribución y el repartimiento de bienes por igual entre todos los súbditos. Así hizo Licurgo en Esparta. O en todo caso, como medida si no tan radical sí al menos de muy severas consecuencias, disponer órdenes que cancelaran todas las deudas, una forma de hacer tabla rasa de la situación de desequilibrio de ricos y pobres. Así Solón en Atenas y después, por ejemplo, en Roma.
    Pues a pesar de haberse sentido como una carga social especialmente peligrosa y amenazadora a lo largo del tiempo y de los siglos, sorprendentemente, habría que decir, a poca gente parece importarle. A día de hoy cuando crece, tal vez como nunca, la diferencia entre pobres y ricos, su única presencia pública está en los sermones de uno y otro lado, sermones por cierto perfectamente inútiles. Lamentablemente

Publicado el 9 de mayo de 2014

Discutir el aperitivo

     “¡Qué manía de discutir tienen todos estos bichos!, masculló Alicia. Y es que el Lacayo, a su pregunta de qué debe hacer para entrar, le amonesta severo: “lo primero que deberías preguntarme, jovencita, es si debes o no entrar”. ¡Qué manía, podríamos remedar, tiene alguna gente en organizarnos la vida!, ¡es que a fuer de insistir nos volverían locos! aunque no se sabe muy bien (y probablemente ellos tampoco) qué es lo que quieren decir cuando hablan de racionalizar los horarios. Y ¿qué es racionalizar? Ahí está el busilis. ¿Acaso el “todo es Uno”, que decía el filósofo griego Jenofonte o, tal vez, la lectura quijotesca de “La razón de la sinrazón que a mí razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón…? ¿Racionalizar los horarios significa comer a toque de tambor como lo de La Codorniz: Ya tiene los conejos, señor conde, formados de a tres?
     Como antiguamente de lo que se preocupaban las autoridades y los dueños del cotarro era de la salud del alma y, naturalmente, de la del gobierno, de la del cuerpo solo lo hacían los ricos que podían pagar a los físicos. Los pobres estaban en manos de curanderos, sanadores, brujas y, si había suerte, de alguna orden religiosa caritativa. Pero como lo que realmente inquietaba era salvación del alma, de esta forma, pendientes en exclusiva de lo que pudiera contaminar la mente con peligro para la vida eterna, poco importaba que los que podían comer lo hicieran a una u otra hora, que los demás ya lo harían cuando pudieran.
     Sin embargo, olvidados más o menos los fervores piadosos, la modernidad ha conseguido que los preceptos sanitarios y curativos hayan devenido en normas morales, que los mandamientos que rigen la salud del cuerpo hayan adquirido rango de principios éticos cual si fueran leyes eternas. Son las nuevas ideologías, tan engañosas como siempre y tan falsamente consistentes como siempre. Metidos en nuestra cama, escondidos tras la copa del aperitivo, o en el invento del síndrome posvacacional, ¡cuánta gente nos regaña amenazándonos con el infierno para controlarnos mejor! Ese que el viejo demonio Escrutopo explica a su sobrino, demonio principiante, como una “burocracia eficiente y orgullosa, que se organiza para hacer el mal lo mejor posible”. Ahora toca racionalizar los horarios, ¡vaya por Dios! (¿Y el aperitivo es salubre o acaso una degeneración irracional y salvaje de la sociedad española?).

Publicado el 2 de mayo de 2014